Resultaría paradójico que el confinamiento al que estamos sometidos para protegernos de la COVID-19, pudiera acarrear el efecto contrario. El aislamiento en casa provoca que la exposición de nuestra piel a la luz solar disminuya drásticamente, haciendo que nuestros niveles de vitamina D – esencial para que nuestro sistema inmune funcione correctamente y, por lo tanto, vital en la lucha contra las infecciones – se puedan resentir, ya que es sintetizada mayoritariamente a través del contacto de los rayos ultravioleta-B (UVB) del sol con la piel.
Origen de la vitamina D
De hecho, mantener unos niveles adecuados de vitamina D es esencial para la salud dado el importante papel que este micronutriente desempeña, además de sobre la función inmune, sobre el metabolismo óseo, el sistema muscular o la función cardiovascular. De ahí que su déficit se asocie a numerosas patologías como las metabólicas, las cardiovasculares, las musculares, las óseas e incluso las mentales (1, 2). La vitamina D es una vitamina liposoluble que se encuentra en forma de vitamina D2 o ergocalciferol y de vitamina D3 o colecalciferol. Esta última se hidroxila dos veces, en el hígado para convertirse en 25-hidroxivitamina D o 25(OH)D – la forma de almacén de la vitamina D –, y en el riñón convirtiéndose en 1,25-dihidroxivitamina D, que es su forma activa. La vitamina D se mide a través de los niveles en sangre de la 25(OH)D, estableciéndose como déficit de vitamina D niveles de 25(OH)D de 20 ng/ml o menos (3). Se estima que los mayores beneficios de la vitamina D, incluido sobre el sistema inmune, requieren un nivel de 25(OH)D en sangre de al menos 30 ng/ml (4–6).
La vitamina D se puede obtener de forma natural a través de la exposición de la piel a los rayos UVB del sol (ya que estos rayos UVB convierten el precursor 7-dehidrocolesterol, el cual está presente en la piel en forma de vitamina D3 o colecalciferol) pero también a través de la dieta y de suplementación. Sin embargo, las recomendaciones actuales parecen no cubrir los requerimientos de vitamina D, y en épocas de baja exposición solar (como ocurre en otoño o invierno) y especialmente en las condiciones actuales de confinamiento nos es difícil recibir la suficiente luz solar para sintetizarla por nosotros mismos, por lo que no es de extrañar la alta prevalencia de deficiencia de vitamina D (7). Por este motivo, la suplementación con vitamina D podría ser beneficiosa para prevenir la deficiencia de este micronutriente.
Beneficios de la vitamina D en el sistema inmune
No es casual que contraigamos infecciones víricas durante el invierno principalmente, ya que es cuando tenemos menos horas de sol y, por lo tanto, carecemos de vitamina D al no poder sintetizarla. Y es que un adecuado nivel de vitamina D es necesario para el correcto funcionamiento del sistema inmune, que es la primera barrera de defensa del organismo contra las infecciones. La vitamina D modula tanto el sistema inmune adaptativo como el innato (8). Además, investigaciones recientes han destacado el papel crucial de la vitamina D en la función de las células inmunes, particularmente en la modulación de la respuesta inflamatoria a las infecciones víricas (9, 10). Según un estudio publicado en Nature Immunology, las células natural killer T dependen completamente de la vitamina D, ya que es esta quien ayuda a activar la etapa inicial del ataque de las células T, que es crucial para reaccionar contra las infecciones (11). Además, menores niveles de vitamina D se han asociado a un aumento de citocinas pro-inflamatorias. Por ejemplo, un estudio encontró una relación inversa entre la concentración de 25(OH)D en sangre y los niveles de factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α, por sus siglas en inglés) en mujeres sanas, uno de los principales factores pro-inflamatorios (12). De forma similar, otro estudio en 332 sujetos con sobrepeso mostró que los niveles de vitamina D se asociaban de forma inversa con los niveles de TNF-α e interleucina 6 (IL-6), y que la suplementación durante un año con vitamina D (ya fuese con 20.000 o 40.000 UI a la semana) disminuía los niveles de IL-6 (13).
Estos mecanismos de defensa se traducen en que la suplementación con vitamina D disminuye las infecciones respiratorias y las exacerbaciones de asma (14, 15), especialmente en personas con deficiencia de vitamina D y en aquellas que se suplementan a diario (14), como concluyeron dos recientes metaanálisis publicados en la prestigiosas British Medical Journal y Lancet Diabetes and Endocrinology. Por tanto, las investigaciones plantean la hipótesis de que la suplementación con vitamina D podría ejercer efectos inmunomoduladores que fortalezcan la resistencia a las infecciones agudas, lo que reduciría el riesgo de muerte, por ejemplo, en personas mayores que estén institucionalizadas o que presenten un estado crítico (15). Además, un ensayo clínico publicado en la Revista Americana de Nutrición Clínica mostró que los niños que tomaron un suplemento de vitamina D durante el invierno tenían una tasa de gripe –influenza A– un 42% más baja que los que no se suplementaron (16).
Vitamina D en tiempos de COVID-19
Teniendo en cuenta la evidencia descrita, existe cierta base científica para postular una potencial influencia de la vitamina D en el pronóstico de pacientes de COVID-19. El COVID-19 consiste en un virus respiratorio que provoca una cascada de respuestas pro-inflamatorias (conocido como ‘tormenta de citocinas’) y, como hemos comentado, la deficiencia de vitamina D se asocia a un mayor riesgo de infecciones y a mayores niveles de marcadores pro-inflamatorios, lo que podría empeorar el pronóstico de estos pacientes.
Esta tormenta de citocinas parece estar mediada en parte por la activación de los macrófagos, células del sistema inmunitario que son infectadas directamente por el SARS-CoV-2 a través del receptor de la enzima convertidora de angiotensina 2 (17). Así, por ejemplo, análisis single-cell de lavados broncoalveolares (LBA) de pacientes graves de COVID-19 han mostrado que la población de macrófagos activados puede representar hasta el 80% del total de células del LBA, en comparación con el 60% y 40% en pacientes leves o personas sanas (18). En este sentido, estudios preclínicos han demostrado que la vitamina D polariza los macrófagos hacia un perfil antiinflamatorio, reduciendo la secreción de citocinas como IL-6 o TNF-α (19, 20). Por ello, niveles bajos de vitamina D se podrían relacionar con una mayor respuesta inflamatoria alterada durante la enfermedad.
De hecho, se ha observado que los países europeos en los que sus ciudadanos presentan menores niveles de vitamina D, como España e Italia, son los que presentan una mayor incidencia de mortalidad por COVID-19 (21, 22). Además, menores niveles de vitamina D en sangre se han asociado con una mayor susceptibilidad de infectarse por COVID-19 (confirmado con prueba PCR) (23), y con mayor riesgo de ingreso en la unidad de cuidados intensivos en el caso de los pacientes ya infectados (24). Por ejemplo, en un estudio publicado en JAMA Network Open y que incluyó 489 participantes mostró que los pacientes con menores niveles de vitamina D tenían casi el doble de probabilidad de contagiarse de COVID-19 que los que tenían niveles adecuados, lo cual ocurría independientemente de otros factores como la edad, la raza u otras patologías (25). En la misma línea, un estudio realizado en más de 190.000 participantes de Estados Unidos mostró que el riesgo de infección por COVID-19 era mayor en los que tenían deficiencia de vitamina D, lo cual se mantuvo de nuevo significativo tras ajustar a otras variables demográficas (26).
La evidencia observacional parece apoyar por lo tanto una relación entre los niveles de vitamina D y el pronóstico de COVID-19, aunque no se puede confirmar con seguridad que exista una relación causal. En este sentido, todavía hay escasos estudios que hayan probado los efectos de la suplementación con vitamina D en pacientes con COVID-19, aunque por ejemplo un estudio piloto realizado en Córdoba (España) ha mostrado que de 76 pacientes hospitalizados con COVID-19, aquellos que además del tratamiento estándar recibían calcifediol (el cual incrementa los niveles de vitamina D en sangre) tenían un menor riesgo de ingreso en cuidados intensivos que los que solo recibían el tratamiento estándar (2% en los suplementados con calcifediol frente al 50% en los no suplementados) (27).
Como concluye un reciente artículo publicado en la prestigiosa revista The Lancet Diabetes and Endocrinology, aunque son necesarios más estudios para confirmar estos resultados, dados los posibles beneficios de la vitamina D y la seguridad de su suplementación, no hay nada que perder y mucho que ganar al suplementar con vitamina D en sujetos con deficiencia de esta (28).
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Con la colaboración de:
Pedro L. Valenzuela
Javier S. Morales
Adrián Castillo
Investigadores en Ciencias de la Salud